lunes, 2 de enero de 2012

Carta desde el paraíso

A cierto periódico

Ya que desde donde estoy no puedo escribirte como habitualmente lo hago encuentro una manera alterna ya que tengo papel y tinta. Te cuento, estoy en mi casa, en mi casa real. Hoy pasaré una noche helada acá. ¿Sabes? Hace año y medio no entraba a mi casa, el tiempo máximo (además exageradamente largo) que he pasado fuera de ella después de haber vivido muchos años acá. Al principio no había nada, ni paredes, ni comunicaciones, ni vecinos, ni nada. Mucho después llegó el teléfono fijo, nunca llegó la TV, el internet ni hablar y la señal de celular aún no termina de llegar a este hueco entre cordilleras que nunca he podido saber si pertenece a Santa Rosa o a Pereira. Es lejos en todo caso, para llegar se pasan tantas vías a punto de derrumbarse y derrumbándose, tantas veredas, tantas historias que parece que se estuviera llegando al otro lado del país.

Hace frío, mucho frío, se me están congelan las palabras por acá (Y a veces se quedan así mucho rato más) Claro, supongo que tú debes saber de estos climas tan montañeros, tan alejados del mar y tan cerca de las estrellas. Por cierto hay unas estrellas enormes, enormes, un poco empañadas por la neblina, pero no por humo, ni edificios, ni luces artificiales. Acá el cielo es mío, sin que nadie lo tenga que bajar para mí. Las estrellas, que lindas, ese lugar común que nunca es del todo cursi. Pero acá no solo hay estrellas, hay bosques. Hay barraqueros que se paran en mi ventana, carpinteros, toros de monte y colibríes. Todos se paran ya, con confianza en mi ventana. Hay serpientes, monos, osos, ardillas, armadillos y según la guía turística venados, dantas y un montón de especies más que hasta ahora no veo desde mi ventana. Jé, esto parece un cuento Disney, parece como Blanca Nieves pero sin brujas o Caperucita Roja son lobos. Pero el cuento que he leído toda la tarde sobre una piedra de corrientoso (y helado) Río Otún es a Neruda confesar que ha vivido entre bosques, persecuciones y poesía. Me siento por ratos dentro de ese libro descaradamente mágico.
Hay neblina, las nubes hoy han bajado a la tierra para luego quedarse camufladas en la corriente espumosa del Otún, en las hojas del Yarumo, en las barbas de los abuelos, en las mascotas peludas.
Mi comida de hoy fue queso paramuno, trucha del Otún, pan y café. Lástima que le café no sea recién recogido, por acá se cambió el cultivo del café por el de la cebolla, pero eso es otro cuento. El hecho es que, ésta la región cafetera está dejando de producir café.
Lo mejor de hoy, es que estoy sola. Bueno casi sola, porque estar acá con papá o sin él da lo mismo porque esta cabaña tiene su alma, su amor, sus años. Cada tabla, cada puerta, fue puesta por él, mientras yo en pañales daba mis primeros pasos para acercarle puntillas con las que un poco tiempo después me lastimaría, luego mi hermana, luego mi hermano, luego mi hermanita. Mamá luego nos consolaría y gritararía –“¡¿ves?! Por no terminarlas de clavar bien.”
Hace rato papá cortó un par de ramas de eucalipto, está haciendo un bebida con ellas y toda la madera está quedando impregnada con el olor del eucalipto.
Encontramos en un escondite secreto una vieja cámara fotográfica de papá, una bella Polaroid que tiene alrededor de 30 años, bajamos a la vereda a comprar algo para el desayuno de mañana y pasé a mostrársela a un amigo que no estaba, el destino no quiere que me encuentre con él.
Caminé hacia el Amparo San Marcos, un hogar del ICBF que antes era una casona colonial más perdida en el monte que mi cabaña. El camino hacia ella es absolutamente oscuro salvo por la linterna que apago para que me guíen las muchas luciérnagas y los ojos de un perro (nube) que me sigue. De regreso paso por un puente, un mirador del Otún, la luna solo deja ver su corriente blanca. Luna y el Otún juntos hacen que comience a sonar en mí esa melodía “Ángel para un final” solo la melodía, nada de la voz de Silvio.
Justo ahora estoy por dormirme, estoy súper cómoda, tengo mi sleeping sobre dos colchonetas. Tengo cobijas y cojines. Tengo una ruana ecuatoriana (de papá) que me llega hasta los pies. Un poco más y dormiré más cómoda que en una cabina de radio (Y es que estar más cómoda que en un lugar con aire acondicionado, piso y paredes acolchadas, buena música y doble puerta anti-sonido, es cosa seria.) Oré, antes de venirme a este nido, con papá al Dios que hizo estas maravillas. Chau. Mañana me levanto muy temprano. En el campo uno siempre se levanta temprano creo que es porque estamos más al oriente y el sol llega antes. Papá dice es el humo de las carros que hace adormecer a la gente de la cuidad. Yo creo que es la cuidad misma.